Paul Valéry: 20 kilogramos. Dylan Thomas: 20 kilogramos. Unidos por una barra forman un conjunto para hacer 'press' de banca o peso muerto. También hay de Allen Ginsberg, Jorge Luis Borges, Simone de Beauvoir, Oscar Wilde... Grandes autores de la literatura universal con los que ejercitar no sólo el intelecto, sino también el cuerpo. Dispuestas sobre una jaula de 'crossfit' con forma de iglesia, las pesas con nombres literarios conforman 'Gimnasio de pensamiento', la instalación de Dagoberto Rodríguez (Caibarién, Cuba, 1969) que este año protagoniza el estand de EL MUNDO y 'La Lectura' en ARCO.
Para la inauguración de la feria, Rodríguez ha organizado una clase de 'crossfit' con la gente con la que entrena en el gimnasio. Está la idea de comprobar que las pesas son reales, que pesan de verdad, y también una esperanza: «La Reina hace bastante ejercicio , ¿verdad?», pregunta el artista mientras se imagina cosas en su cabeza.
Dagoberto Rodríguez fundó el colectivo Los Carpinteros en 1992 junto a Alexandre Arrechea y Marco Antonio Castillo. Durante un cuarto de siglo, hasta su disolución en 2018, desafiaron el rigorismo revolucionario de Cuba con unas piezas de latido arquitectónico, materidad escultórica y, sobre todo, mucho humor. A comienzos de la pasada década Rodríguez se instaló en Madrid, donde vive y tiene su estudio desde entonces. Ya en solitario, ha desarrollado una obra eminentemente pictórica, aunque con un interés cada vez mayor por los textos y por la 'performance'. Como es el caso de 'Gimnasio de pensamiento'.
Cautivado desde siempre por las bibliotecas, Rodríguez ha querido rendir homenaje a los autores que le han acompañado en su viaje artístico y personal. «Más que las bibliotecas, lo que me fascina es el conocimiento y cómo está perdiéndose, cómo este mundo literario está perdido, olvidado, a punto de desaparecer», plantea el artista. «Ahora lo que importa son las opiniones de los demás, no los autores».
Por otra parte, el creador del estand de EL MUNDO tiene la sensación de que «el asunto del cuerpo se ha convertido en una nueva religión». Aplaude que los gimnasios estén llenos, pero lamenta que «no se ejercite esta otra parte del conocimiento, que ha quedado un tanto aparcada». De ahí que la jaula de crossfit tenga ese aspecto de templo: «Todo el mundo es dietista. La gente sabe la cantidad de calorías que se tiene que comer al día, pero nadie sabe la cantidad de párrafos de literatura que tienen que leer diariamente para alimentarse».
Una mirada atenta a los detalles del estand revela que los bancos tienen impreso el epitafio de Charles Bukowski: «Don't try it» («No lo intentes»). «Quiero que la gente se extrañe cuando lo vea. Porque es un lugar donde vienes a hacer ejercicio y te están diciendo que no», explica su autor. Y eso le lleva a otra de sus motivaciones en la pieza: «Tú eres tu propio explotador, tu propio empresario, y tú eres también el que sufre las consecuencias de todo esto». Le interesa, añade, reflexionar sobre «la autoexplotación» en nuestra época. De ahí, de nuevo, el gimnasio-templo: «Allí vas a adorar a un Dios que no sabemos cuál es todavía. Puede que ese Dios sea uno mismo, el ego que tenemos dentro».
Por todo ello, Rodríguez califica la instalación como «propagandística». ¿También política? «Si eso es política, pues bueno, apúntame ahí», esboza una sonrisa. «Es muy difícil para una persona que viene de Cuba hacer un arte que no sea político». Eso sí, su concepción está lejos del ceño fruncido y la gravedad de la trinchera. «El humor es una herencia que me viene de vivir en Cuba, un mecanismo de defensa que tenemos todos los cubanos. No tomarnos las cosas demasiado en serio», sonríe. «En Madrid me ha costado trabajo, porque aquí todo el mundo está en serio y a veces te ladran un poco. Pero, al final, nada es tan serio». Ese sentido del humor le ha ayudado a vivir «en situaciones críticas», asegura, tratando de encontrar «el lado más risueño» de todo.
«Hay que entrarle a la vida de otra manera», proclama. «Los países socialistas de Europa tampoco veían el experimento cubano como algo serio. Pensaban que Fidel estaba intentando hacer algo que era demasiado ambicioso para el lugar donde se estaba emplazando, y con unas leyes y una filosofía extremadamente rígidas para unas personas que en realidad no se toman tan en serio la lucha del proletariado». Las consecuencias de aquello siguen presentes en la isla, asegura el artista: «En Cuba nos hemos estado riendo de ese chiste por años. De alguna manera, la revolución ha pasado de ser un fenómeno dramático a uno cómico. Una caricatura de lo que podría haber sido. Los cubanos se dan cuenta. Lo que pasa es que el asunto no tiene solución de momento».
Sobre estos temas ha estado trabajando el caribeño en su anterior exposición, 'Retropía', cuyo título juega con el del libro póstumo del filósofo Zygmunt Bauman y que combina los símbolos del capitalismo anterior a 1959 con la doctrina castrista. Así, un logo de Cadillac sustituye las letras con la marca del vehículo por «Yo soy Fidel», la última frase del dictador. «Es como dos plantas diferentes viviendo en una misma maceta», describe Rodríguez «el invento social que ha sido Cuba durante tantos años».
Llegado a España una vez superados los 40 años, Dagoberto reflexiona sobre el trabajo que hizo su generación artística: «Contamos el cuento de lo que era vivir en Cuba durante esos 20 años previos a la visita de Obama en 2016», recuerda. «Ese mensaje político, por muy rudimentario que haya sido, estaba hecho desde la vivencia. Aquello fue muy significativo para el acercamiento entre ambos países, Cuba y Estados Unidos. Le dijimos a los estadounidenses que con estos tipos iban a tener que sentarse a hablar en algún momento. Y a los del otro lado, que los estadounidenses no eran los peores del mundo».
«Después, todos fuimos traicionados porque el gobierno cubano no hizo nada», recuerda. «No ofreció ningún cambio, no hizo nada con su población. Pero al menos mi generación empujó durísimo para que las cosas cambiasen en Cuba. Y tuvo sus efectos; no te creas que el arte no hace cosas. Hace cosas importantes, vaya si las hace».
Lo cual no significa posicionarse como guía de nada: una de las obras más recordadas de Los Carpinteros es 'Faro tumbado' (2006), un fanal de 12 metros puesto en horizontal. «Los artistas a veces pecamos de ofrecer soluciones», reflexiona Rodríguez tras un sorbo de café. «Ése es un trabajo que hacen los políticos. Nosotros debemos plantear el escenario, hablar de ese escenario e ir hasta un punto en que la gente reflexione».
Según él, «proponer una u otra solución te rebaja a artista panfletario». Y es un equilibrio muy complicado. «Cuando las piezas son pornográficamente explícitas en términos políticos, la cosa se pone muy aburrida». Para evitarlo, tiene una estrategia: «Uno tiene que tener un sensor adentro, como un termostato que te esté diciendo que te estás pasando. O bien súbelo, porque estás muy bajo».
En el extremo opuesto estaría una posición de «aislacionismo, que tampoco es provechoso, ni para los artistas ni para el público». Sobre todo, en estos años de noticias falsas y manipulaciones. «Los artistas podemos amplificar mensajes muy eficazmente. Mensajes que, además, son muy importantes para la gente. La narrativa del arte no es muy diferente a la de la política». La clave, incide, estaría en la forma de hacer las cosas. «Es muy importante cómo contamos el cuento. Y ésta es la misión del arte: contar este cuento de otra manera», sentencia.
Para ello se precisa, sostiene, una posición de ambivalencia respecto a las nuevas formas de comunicación. «El mundo del meme está acabando con todo. Nos está idiotizando», afirma, para luego plantear: «Hay que utilizar estos lenguajes y emplazar mensajes que sean un poco más duraderos».
Así, en conjunto con el estand de EL MUNDO en ARCO, ultima una exposición en la Fundación PONS sobre los mensajes cortos y las abreviaturas que se usan en WhatsApp y en Instagram. Por ejemplo, el FOMO acrónimo de la expresión inglesa «fear of missing out», el miedo a perderse algo. Con sus cuatro siglas, Rodríguez ha creado una pieza confeccionada con ratán plástico, como el mobiliario tropical de los años 50 que hacía Clara Porset en México. «Horas de tejido frente al miedo a quedarte fuera», evoca. «Con mi trabajo ofrezco solución, artesanal y analógica, a este FOMO». El mundo del arte, se felicita, «ha vuelto a un punto de inicio, a hace 15 años», que fue la época en la él que aterrizó en Madrid. «Entonces la escena del arte mundial tenía un interés tremendamente marcado por la artesanía. Y este interés ha regresado».
Por todo ello, aunque le plantee incomodidades, quiere adentrarse aún más en los textos que marcan el relato de los tiempos. «Seguí la campaña de Milei en Twitter desde el minuto uno, desde que lo invitaban a un plató cutre argentino y él despotricaba ahí contra el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y de quien fuera», rememora el artista. «De igual modo, no te puedes olvidar de Twitter o de Instagram como una herramienta para que la gente vea o entienda tu trabajo».
Haciendo equilibrios con las pesas de Valéry y Thomas, Dagoberto Rodríguez juega también a los contrapesos intelectuales. «Yo puedo tener una intención moralizadora en mi trabajo para disminuir las horas invertidas en estas herramientas», afirma. «Pero son instrumentos poderosísimos. Y el político que hoy no usa Twitter o Instagram está perdido».